Os voy a contar una historia que sucedió en un invierno de hace 4 o 5 años aproximadamente:
Nadie entendió nunca porqué clavaba aquellos objetos de la pared, Eduardo San Martín fue siempre así, imprevisible; como aquella vez que su hijo Colas se olvidó el paraguas cuando un diluvio apisonaba las calles de la ciudad. Cogió tal berrinche por el olvido de Colas, que en un abrir y cerrar de ojos, desmonto la sagrada familia que presidía su Tálamo para colocar en su lugar el desdichado paraguas.
Aquella fue la primera vez.
Sandrita, la pequeña, siempre le preguntaba:
- ¿Papá, por qué tienes un paraguas colgado?
A lo que Eduardo San Martín, siempre recto y circunspecto, respondía:
-A los olvidos siempre se les cuelga para que figuren como algo que nunca volverá a pasar.
Y Sandrita, como no entendía nada, pensaba que su padre se estaba volviendo loco. Como también lo creía Dña. Angustias, su esposa, oronda y carnosa, exuberante y con las verrugas que se columpiaban en su cara.
¡Pobre Eduardo!, suspiraba cada noche en su cama, y se daba la vuelta para no reírse o llorar delante de su amado esposo.
A Jorge, uno de los mayores, no le hizo gracia la manía de su padre. Llego a consultar a un psicólogo y aunque no encontró ni solución ni remedio, ni si quiera explicación, se quedó tan tranquilo ya que por lo menos él se había preocupado.
Lo peor fue cuando en pleno partido de fútbol televisado Eduardo echó mano a su bolsillo, rastreando con los dedos el paquete de tabaco. Aquel día dejo de fumar; primero porque no encontró en su chaqueta ningún cigarrillo, y segundo porque en el descanso bajó corriendo al bar de la esquina a comprar el paquete, subió y volvió a rebuscar otra vez entre las herramientas hasta encontrar un clavo y el martillo salvador. Busco en la pared un lugar donde fijarlo y con dos golpes sonoros, clavo la veintena de cigarrillos junto al paraguas.
Dña. Angustias no sabía que hacer, si denunciarle por loco o echarle de casa; si seguir sollozando o reírse a mandíbula batiente. Así que llamó a todos sus hijos, incluso a Agustín que vivía fuera de casa, para decidir sobre el asunto que tanto le preocupaba.
Jorge decía que, a lo mejor en América, como allí hay de todo, habría alguna ocupación para su padre; Colas quería que le devolvieran su paraguas ya que el invierno estaba siendo lluvioso; Sandrita como era pequeña, no entendía nada y Agustín sencillamente no sabía porqué su madre le había llamado para tan difícil solución.
Dña. Angustias no daba crédito, así que creyó que el tiempo curaría a Eduardo de su inminente locura.
Sin embargo, su marido seguía intentando enmendar los olvidos, los propios y los de los demás, y de la pared de su habitación cada vez colgaban más objetos. Hoy aparecía una olla a presión o un delantal; mañana unas gafas; ayer un libro de recortes...La pared amenazaba con caerse, parecía incluso que se iba abombando cada vez más.
Pronto, los vecinos también empezaron a sufrir el celo de Eduardo. Su pared enseguida se vio adornada de la chaqueta del guardia del segundo; incluso de la gabardina del simpático inquilino del sexto colgó durante algún tiempo; fue precisamente con ella con la que envolvieron el cuerpo aquella mañana gris y lluviosa.
En efecto, un buen día, Eduardo apareció clavado de la cabecera de su cama. La policía manejó muchas hipótesis, todas diferentes, todas contradictorias, hasta que un día López, el sargento, dio la solución:
“A EDUARDO SAN MARTÍN SE LE OLVIDÓ SU VIDA POR LA ABSURDA MANÍA DE INTENTAR RECORDAR LOS OLVIDOS DE LOS DEMÁS, SIN DARSE CUENTA, QUE, POCO A POCO, SU OLVIDO ERA CADA VEZ MÁS GRANDE, Y COMO ECUÁNIME Y COHERENTE QUE ERA, DECIDIÓ COLGAR SU OLVIDO PARA QUE NUNCA MÁS VOLVIERA A PASAR”
La explicación de López dejo a Dña. Angustias con veinte kilos de menos; Colas pudo recuperar su paraguas; Jorge pensaba que él hizo todo lo que pudo; Sandrita no entendía nada y Agustín no acababa de comprender porqué su madre le había llamado para tal difícil solución.
(Autor desconocido)
No hay comentarios:
Publicar un comentario